Litos
A.V. Senderovich
Pocas
veces en mi vida que he podido ir al Acapulco. Sentir la arena y la brisa,
contemplar el mar con diferentes tonos azules, escuchar las olas produciendo espuma
blanca y ese tremendo calor que como chilanga apenas puedo soportar, los
recuerdos se disparan entre luces y flashes que vienen de inmediato.
He
ido tres veces a Acapulco con mis papas, pero he estado en otras dos gracias a
él, otras veces en Mazatlán y otra en Baja California sur, he podido zarpar un
barco donde al bajar caminaba graciosamente de un lado a otro, aquel viaje en
barco me hizo ver ballenas y delfines (de entre mis animales favoritos) pero en
general el mar, ya sea medio verdoso, azul intenso, casi transparente mostrando
sus arenas o piedras, no importa cuál sea, si el del golfo o el del pacífico,
pase lo que pase, no puedo evitar no acordarme de él.
Un
hombre sabio y su antigua vida de marino, creo que lo que más le gustaba y en donde
se veía cómodo era donde hubiese arena y mar (ahora que soy adulto y me doy
cuenta de las cosas de alrededor en estos recuerdos) también no le podía faltar
su cerveza o su tequila.
En
verdad lo extraño mucho; sus chistes y bromas, con su ropa acapulqueña, sus
canciones de tríos, sus huaraches… creo que cuando él se fue, decidió unirse al
mar, porque cada que miro el mar, lo miro a él. Mi querido abuelito Litos, en
paz descanse.